Dr. Pedro Palma Vergara
Psiquiatra Infanto-Juvenil
He podido objetivar un contacto especial entre algunos niños, niñas y adolescentes con la inteligencia artificial, donde utilizan este espacio como depositario de contenido emocional, dudas existenciales, relaciones cercanas, contacto constante y respuestas rápidas con fundamentos objetivos.
Es relevante preguntarnos nuevamente acerca del acceso y la forma en que utilizamos este espacio, pues lo que se deposita en él va más allá de la información: hay una búsqueda de cercanía, de lo relacional, una ilusión de otra mente similar a la nuestra, con corporalidad y espacio. Así, nos encontramos cada vez más en una coexistencia que equipara lo real con lo virtual.
Este espacio te da la respuesta que buscas —lo que sea—, te responde como tú quisieras, con argumentos supuestamente basados en evidencia. Te trata bien, te alienta a pedir consejos en materias emocionales y mantiene una neutralidad absoluta, similar a lo que se describe en muchas lecturas sobre el espacio terapéutico.
Se pone en relieve, por un lado, lo real versus lo virtual. Pero, ¿es lo virtual imaginario? ¿Dónde ubicamos este espacio? ¿Será parte de lo transicional? Sin embargo, en un espacio transicional hay un interjuego con el otro, donde coexisten partes mías y las del otro. En cambio, la Inteligencia Artificial (IA), desde mi punto de vista, no permite este interjuego; incluso, considero un riesgo otorgarle tal capacidad. Más bien, la veo como un reflejo objetivo, emocionalmente neutral, de nuestras preguntas y deseos, aparentemente dotado de una gran sabiduría.
Me resulta peligroso —sin duda— que niños, niñas y adolescentes busquen en este espacio contención, realidad, objetividad y neutralidad. Además, en este tipo de contacto, donde la IA puede pensar y estructurar respuestas por ellos, se limita el propio proceso de pensamiento, algo vital en la adolescencia, etapa en la que experimentamos una reconfiguración cerebral mediante la poda sináptica.
Como humanidad y como profesionales de la salud mental, estamos interpelados a volvernos reales: a implicarnos emocionalmente con el otro desde una técnica terapéutica que conduzca a un acompañamiento genuino, permitiéndonos avanzar en el autoconocimiento, la aceptación, la tolerancia y la transformación.
Como humanos y como terapeutas, somos reales en la medida en que nos implicamos en una relación. Pero también lo somos cuando sobrevivimos a la agresión del otro, como escribe Winnicott, pues así salimos del control omnipotente del paciente. Esto es justamente lo que ocurre con la IA: desde un lugar omnipotente, puedo usarla como quiera, cuando quiera y de la forma que quiera, sin que exista un verdadero otro en este contacto. Por eso, prefiero no llamarlo “relación”, ya que esta implica todo lo anteriormente expuesto.