¿Sospechas que tu hijo es autista? Te explicamos a qué debes prestar atención

Una detección temprana es el factor decisivo en cuanto al tratamiento y acompañamiento de un niño con Trastorno del Espectro Autista (TEA).

En marco del Día Mundial del Orgullo Autista del domingo pasado, desde Neuropediatría y Psiquiatría de Medicop resuelven las principales dudas: ¿Es normal que tu hijo no responda a su nombre, que no mantenga contacto visual, se obsesione con ciertos elementos o tenga un retraso en el habla?

Durante la infancia y en los primeros meses o años de un niño, los padres descubren las diferentes manifestaciones y características de la personalidad que sus hijos van desarrollando. Pero, como cada bebé es diferente, puede que los padres no entiendan ciertas conductas, dudando de si es parte del proceso común del infante, o si es algo más a lo que hay que prestar atención. Esto se debe a que “esta condición es de un amplio espectro, por lo que cada niño/a tiene sus propias características”, comenta Elisa Reyes, Psiquiatra Infanto Juvenil de Medicop.

Los Trastornos del Espectro Autista (TEA) se consideran trastornos del desarrollo que resultan de disfunciones precoces en el desarrollo cerebral y que se manifiestan en diferencias detectables desde muy temprano en la vida. Si bien, se trata de una condición que no tiene un tratamiento curativo, su detección temprana es fundamental para proveer de todas las condiciones necesarias para que cada NNA logre su mejor trayectoria de desarrollo.

Existe contundente evidencia que señala que las intervenciones precoces se traducen en mejoras que impactan significativamente en el desarrollo integral de las personas TEA y en su pronóstico funcional”, explica Isabel López, Neuróloga Infantil de Medicop. Según la especialista, esta condición se detecta tardíamente en nuestro país, de acuerdo a cifras de 2020, casi a los 5 años de edad en promedio.

Se trata de un trastorno que aparece en etapas tempranas, sin embargo, algunas señales podrían pasar por alto y así demorar su reconocimiento. La psiquiatra de Medicop detalla que esto se da porque “los padres se van adecuando al neurodesarrollo de sus hijos/as y hace que sea difícil visibilizar las señales de importancia, las que se ven posteriormente más evidentes en el ingreso al sistema escolar”.

Si bien, los padres son habitualmente quienes dan las primeras alarmas, en algunos casos es comprensible que les resulte difícil aceptar o reconocer que su hijo tenga alguna dificultad y así podrían pasar por alto algunas señales que podrían acercarnos al diagnóstico. La Dra. López considera que “el desarrollo es un proceso con amplia variación entre los niños. Muchas veces los propios padres, sus familiares o incluso los pediatras pueden adoptar la actitud de esperar a que este madure”. Como solución, aconseja adoptar “banderas rojas”, es decir, “instalar un límite máximo para que esté presente determinada habilidad o conducta, y cuyo traspaso indica la necesidad de una evaluación más profunda”.

Es fundamental una detección temprana para ayudar tanto a la persona como a su entorno. En cuanto al beneficio de este actuar, la neuróloga explica que “el diagnóstico permite a la familia comprender y explicarse algunos comportamientos o dificultades de sus hijos y por otra parte, un diagnóstico precoz significa un tratamiento precoz. La idea es poder articular todos los recursos disponibles en pro de la mejor evolución del NNA: La familia podrá adoptar una actitud positiva y proactiva en relación al plan terapéutico que se proponga y también los equipos de salud y educación podrán ofrecer los apoyos y condiciones más favorables”. Con respecto a esto, la psiquiatra considera que mientras antes sea la detección, “mejor será el pronóstico y tendrá menores comorbilidades”.

¿A qué indicios hay que estar alerta con niños menores de dos años?

Entre los 6 y 12 meses

  • Contacto visual que es menos frecuente o incluso ausente.
  • Menos interés en las interacciones sociales que se proponen.
  • Menos expresiones faciales de felicidad.
  • No responde a su nombre.
  • Muestra conductas repetitivas.
  • Jugar con objetos de manera poco usual.

Entre los 12 meses y 24 meses 

  • Si no dice palabras o si no desarrolla frases simples.
  • Evita el contacto con otras personas o prefiere estar solo.
  • Si el infante no apunta hacia las cosas para pedir o para mostrar.
  • Usa menos gestos comunicativos como, por ejemplo, el despedirse con la mano.
  • No hace juegos de imitación.

Desde los 24 meses 

  • Cuando hay un retraso en el habla.
  • Repite palabras o frases continuamente.
  • Responde de manera no atingente.
  • Realiza movimientos repetitivos.
  • Se irrita con cambios mínimos de su rutina.
  • Tiene intereses obsesivos.
  • Presenta hiperreaciones a sonidos, olores, sabores o texturas.
  • Tiene una imaginación y variedad reducida en los juegos con juguetes y objetos, o también si juega de manera repetitiva, por ejemplo, clasificando y ordenando los juguetes.

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